Internet comunitaria

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Siete localidades de las sierras cordobesas están conectadas a través de redes libres, construidas localmente y con diseño y mantenimiento a cargo de los propios usuarios. Un modo de comunicación que elude a las grandes empresas globales.


Esfuerzo colectivo. Instalación de una antena en la región de Pampa de Achala.

A fines de los 70 y comienzos de los 80 un grupo de desarrolladores informáticos creó el Protocolo de Internet (IP), un lenguaje común que permitió comunicar las pequeñas redes existentes: así nació Internet. Desde entonces la red comenzó a crecer y a conectar pares entre sí, sin grandes mediaciones. Esa Internet inicial proponía un modelo de comunicaciones descentralizado que abría el juego a cualquiera con conocimientos y recursos para sumarse.
Ya en los 90 algunos actores comprendieron las potencialidades de transformar Internet en otra plataforma de negocios e invirtieron millones para hacerla crecer de acuerdo con su propia perspectiva e intereses. Así fue como la red tendió a concentrarse, reduciendo proporcionalmente el número de puntos de conexión (o nodos) encargados de intermediar entre los usuarios. Por eso en la actualidad, para la mayoría de las personas, conectarse a Internet implica pagar peaje a un proveedor que le da acceso. ¿Todavía existen alternativas? Sí: las redes libres existen en varios lugares del mundo, sobre todo en zonas rurales y poco pobladas donde los proveedores no ven un negocio rentable.

Nodos propios
Una de sus redes libres conecta a los pueblos cordobeses La Quintana, San Isidro, Anisacate, Valle de Anisacate, La Bolsa, La Serranita y Nono. Para sus habitantes estar en la red no implica pagar, sino invertir, aprender y trabajar: «La gente se suma a la red participando de talleres que se organizan en cada pueblo de tanto en tanto», explica Nicolás Echániz, fundador de AlterMundi, la ONG que inició este proyecto y obtuvo varios premios por sus desarrollos comunitarios. «En el taller aprenden a armar sus nodos, sus antenas, a orientarlas, a “diseñar” su pedazo de red con los vecinos que se suman y los que ya están. Cuando termina el taller cada familia se lleva el nodo a su casa y lo instala por su cuenta o con ayuda de otros». AlterMundi también ha colaborado en el desarrollo de hardware especialmente diseñado para redes libres.

Autopistas y caminos
Cada nuevo nodo se conecta con los cercanos y fortalece a la red al aumentar el número de caminos posibles: si uno cae, la información simplemente busca un camino alternativo. «Hay un aporte mensual que todos hacen para cubrir la reposición por fallos o roturas. En algunos pueblos el aporte que se hace es de 70 pesos por mes: el reducido bajo costo facilita la participación y entonces aporta a la inclusión digital», explica Echániz, quien aclara que en cada pueblo hay un referente técnico con conocimiento para cuando las cosas se complican. La infraestructura más grande es la que conecta a los pueblos y a estos con el resto de Internet a través de la Universidad de Córdoba, a casi 50 kilómetros de distancia. Como las antenas deben «verse» entre sí, fueron necesarios varios días de trabajo para construir una torre en una montaña cercana: «Esas tareas son las que más construyen comunidad, porque el conjunto se da cuenta de que realmente hay un esfuerzo colectivo grande detrás de todo esto», explica Echániz.

Por ser dueños de la red, los usuarios pueden dar servicios sin necesidad de que la información circule grandes distancias, como ocurre, por ejemplo, al usar un correo electrónico alojado en los Estados Unidos. Por eso la comunidad tiene varios servicios propios, como un chat o portales, que funcionan aun si el enlace al resto de Internet se cae. «Una red de un proveedor tradicional se asemeja a un sistema de autopistas que llegan directo a la casa de cada usuario y no existen calles ni senderos locales que conecten las casas entre sí. Si la autopista está cerrada –concluye Echániz– no podremos visitar a nuestros vecinos».
 

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