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Encuentros cercanos

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Lejos de la paranoia, los seguidores locales de la temática tienen como objetivo el conocimiento y la socialización. En persona, o través de Internet, bucean en los misterios del cosmos.

 

Fanáticos. Humanoides, abducciones y platos voladores intrigan a los ufólogos. (Rex Features/Dachary)

En los meses de noviembre o diciembre, año por medio desde hace 15 años, un evento viene a sobresaltar a los tranquilos vecinos de la localidad de Capilla del Monte, en Córdoba: el Congreso Internacional de Ovnilogía que reúne, sin atisbo visible de abducciones, a los principales referentes del país y del mundo en la materia. Dentro de las actividades del último congreso, que fue en noviembre de 2012, por primera vez se incorporó un simposio de investigadores argentinos; resultó un hito que hizo las delicias de los seguidores de Fabio Zerpa y si bien la cantidad de expertos que asistieron no superaba, como suele suceder, el centenar de personas, lo cierto es que su pasión por resolver los misterios del cosmos fue representativa de la que sienten cientos de aficionados y profesionales que los siguen por Internet o que se reúnen en bares o cafés abiertos –nada de reductos clandestinos– trazando un perfil insólito y digno de atención, el del ufólogo argentino promedio.
El hombre (en general son hombres) tiene poco o nada de David Vincent, el protagonista de la serie Los Invasores; no mira el mundo con sospecha y desconfianza y mucho menos anda fijándose en los meñiques de las manos izquierdas de los extraterrestres que pueda detectar por ahí. A diferencia de la serie estadounidense que en la Guerra Fría entronizó la idea de que «los invasores» estaban entre nosotros, en subrepticia alusión a los peligros que una avanzada de los extranjeros rusos podía llegar a provocar sobre el mundo occidental y capitalista, a los seguidores de los estudios sobre platos voladores de la Argentina no los mueve la paranoia sino el afán de conocimiento y de socialización.

 

Ovnis de café
A nivel cotidiano, media docena de espacios conforman la primera Red Argentina de Cafés Ufológicos desde 2010. Surgida por iniciativa de un par de inspirados, en el Café de la Subasta, del barrio porteño de Caballito, RIO54 –así lo llaman por la dirección, en la calle Río de Janeiro a esa altura– es el punto ritual donde los primeros jueves de cada mes recurrentes y diletantes, curiosos casuales, tímidos o verborrágicos comparten sus intrigas y creencias. Otro tanto ocurre en San Miguel, Colón, Morón y La Plata, o en las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe. En San Marcos Sierra y Unquillo, Córdoba, las reuniones que se producen, paradójicamente tienden, quien sabe por qué, a lo esporádico.
Pero aunque los encuentros no siempre sean físicos, la información igual circula, y desde todos lados van apareciendo seguidores del tema. Páginas web como ovni.com.ar, ufoidea.8m.com, realidadovniargentina.wordpress.com, laotrarealidadweb.com.ar, entre muchas otras; presencia en las redes sociales virtuales y presenciales; centros de investigaciones y estudios (ver recuadro) y hasta periodistas públicamente dedicados a la difusión masiva del tema, como Anabella Ascar o Jorge Iglesias, han puesto, lejos de la parafernalia psicodélica de los Hombres de negro o del clima oprimente de los Expedientes X, a la Argentina en el podio de los intereses ufológicos mundiales.

 

Historias asombrosas
«Trabajamos mucho y duro para poder lograr esto. La idea fue romper el aislamiento individual que domina nuestra época y recuperar el gusto por las charlas de café en un clima de amistad», explica Rubén Morales, cofundador de RIO54 junto con Mario Luppo, quienes este año fueron nombrados por el grupo MUFON (Mutual UFO Network, de los Estados Unidos) directores regionales por la ciudad y la provincia de Buenos Aires, respectivamente. MUFON resulta hoy la mayor estructura mundial con estudios en materia de ovnis, con más de 3.200 miembros en más de 20 países y un millar de científicos y estudiosos de campo que publican sus trabajos en Internet.
Docente de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de El Salvador, Morales se ataja elegantemente de cualquier atisbo de fanatismo que se pueda atribuir a estas reuniones: «El fenómeno ovni ocurre en el contexto terrestre y en la experiencia humana. Por lo tanto, es un fenómeno no necesariamente extraterrestre. Es nuestra subjetividad la que lo pone en ese lugar. Es más trascendente lo que nos pasa a nosotros como seres humanos que la mera aparición furtiva de visitantes cósmicos», dice. Así las cosas, su convocatoria tiende a multiplicarse; en las mesas del fondo del RIO54, pasando la barra y bajo las ovoides lámparas de techo, tres años atrás había sólo cuatro personas conversando de estas cosas; en el último encuentro llegaron al medio centenar. Un desprevenido que los hubiese visto vestidos como van, gentes de clase media, en jeans y buzos, sacos sport y camperas, se habría sorprendido por el cariz de sus revelaciones.
Porque lo cierto es que en cualquier encuentro puede escucharse el testimonio de algún ingeniero, como Luis Alberto Baynham, que trabaja en Atucha, contando cómo en 2010 detectaron un objeto luminoso que pareció responder a los láseres que le apuntaban los observadores desde tierra. O la historia asombrosa de un señor mayor que recuerda cómo, cuando era joven y estaba pescando en la Costanera porteña, una noche fue subido a un plato volador (y curiosamente había una niña a la que también el ovni había abducido antes de bajarlos a los dos sin tocarles un pelo). O la aparición de submarinos furtivos en la década del 60, que nunca pudieron ser interceptados ni identificados por los buques de la Armada.
En ese tren, alguno cuenta cómo en los años 70 los controladores del aeropuerto de Trelew observaron estupefactos la presencia de luces jugando sobre la pista; otro se anima a evocar sus días de estudiante en una escuela cordillerana, cuando una tarde apareció en el cielo un objeto redondo, plateado, estático y las autoridades hicieron salir al patio a todo el personal y a los 400 alumnos para ver el fenómeno. El de más allá habla de los avistamientos de ovnis en Santa Isabel, Caleta de los Loros, Golfo San Matías, Golfo Nuevo, Puerto Madryn y un ufólogo que estaba callado en un rincón menciona aquella vez que en Puerto Madero y en el barrio de San Cristóbal, en la ciudad de Buenos Aires, una tarde de 2011, vio con sus prismáticos una esfera luminosa flotante increíblemente bella y fuera de lo común.
Un hombre llamado Ricardo Jalics levanta la mano y cuenta su historia: iba en su ciclomotor por la ruta uruguaya que une Mercedes y Dique El Palmar cuando lo sorprendió una luz amarilla, a pocos metros de altura; estaba siguiéndolo, se dio cuenta enseguida de eso. De pronto, desde adentro de la luz, se asomó un homínido de ojos rojos, brillantes, de cabeza como una pera al revés. El hombre quedó paralizado, tanto que tardó horas en llegar a donde iba, tanto que olvidó todo lo demás. Es el clásico «missing time», el estado de desconcierto y olvido en que, según explican los que en los cafés saben, uno queda después de los encuentros de esta clase. Florencia Rubio, Sergio Pérez y Edgardo Stekar aseguran que también en Morón hay un «corredor oeste de los ovnis», como el que existe en la cordillera de los Andes, a la altura de San Juan.
Creer o creer, es lo que transmiten encantados.

 

Elevada extrañeza
Distinto, sin embargo, termina siendo el parecer de los asistentes a los congresos especializados. Puestos entre la espada y la pared el defender a rajatabla la creencia en la vida extraterrestre, a riesgo de ser considerados lisa y llanamente «chantas» o «fans de los ET», la verdad es que desde hace años han preferido limitarse a reflexionar sobre el fenómeno OVNI en sí. Y así las posturas tienden a dividirse entre los aficionados crédulos, siempre dispuestos a la exageración, y las de quienes buscan un acercamiento más elaborado al tema. De hecho, hay un dato que merece recalcarse: casi no se escuchan conferencistas argentinos que sostengan hoy en día que los ovnis provienen del mundo exterior.
Afectado por la ironía y la ignorancia que suele existir a la hora de considerar estos temas, Carlos Daniel Ferguson, coordinador de la Red Argentina de Ovnilogía (RAO) y director de la Comisión Marplatense de Ovnilogía, intenta poner negro sobre blanco: «En el tema ovni hay de todo, charlatanes, sensacionalistas, advenedizos, grupos de culto, etcétera. Pero también hay investigadores honestos (algunos de ellos profesionales), que siempre son involucrados por los negadores, como si todos fuesen parte de lo mismo. Como en todos los órdenes de la vida, en ufología también hay muchas tendencias, actitudes y fines». Autor de Encuentros entre pilotos y ovnis, una recopilación de todas las denuncias aéreas registradas en la Argentina, y de un anexo con 300 casos internacionales, Ferguson va más allá: según él, los ufólogos argentinos no son «fomentadores o creyentes en los ovni como sinónimo de lo extraterrestre. La hipótesis extraterrestre es sólo una más de las tantas imperantes, e incluso la menos aceptada», afirma en la página web de la RAO. Es decir, los investigadores locales son escépticos respecto de las visitas de seres de otros planetas.
En el congreso del año 2000 el concepto compartido se definió con la amplitud de lo abstracto y la liviana perspectiva de una quimera; a saber, que si hay algo que los objetos voladores no identificados son, es ese extraño y al mismo tiempo apasionante «fenómeno físico-psíquico de muy elevada extrañeza y de muy problemática resolución», y en eso coinciden, desde entonces, los ufólogos argentinos cuando se ven pulsados a expresar su pasión del modo más científico y riguroso posible.

Alejandro Margulis

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