Mundo armado

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El comercio internacional de armas alcanzó su punto más alto desde la Guerra Fría, con Estados Unidos y Rusia liderando el mercado. Oriente Medio y Asia, los principales destinos. La opinión de especialistas sobre una problemática que pone en riesgo la vida de millones de personas.


Poder de fuego. Allí donde los EE.UU. intervienen es frecuente ver a los marines y sus M240, las ametralladoras estandarizadas de la OTAN. (REUTERS/BOB STRONG RCS/ACM/CRB)

Cuando en 1989 cayó el muro de Berlín y la Guerra Fría entró en estado de reposo, se pensó que la carrera armamentística en la que estaba inmerso el mundo –con Occidente de un lado y los países del Este del otro–, había concluido. Por ese entonces, los gastos militares (GM) sufrieron importantes recortes en las grandes potencias. Sin embargo, hacia finales del siglo XX la producción de armamento y su comercialización cobraron nuevo impulso, especialmente después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, en 2001, y la serie de conflictos internacionales que siguieron a esos controvertidos atentados.
Hoy, según se desprende del informe anual publicado recientemente por el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés), el comercio global de armas creció un 14% entre 2011 y 2015 respecto al lustro anterior y se encuentra en su máximo nivel desde el fin de la Guerra Fría.
Según señala a Acción Fabián Nievas –sociólogo, profesor de la UBA e investigador del Instituto Gino Germani, de la Facultad de Ciencias Sociales–, «aunque muy valiosos, los del SIPRI son solo los datos oficiales. El tema del comercio internacional de armas es como el de los delitos: están los que se denuncian y los que no, lo que se llama la “taza negra”. La cantidad de armas que van por caminos ilegales es impresionante. Y cuantos más conflictos, más tráfico –dice Nievas–. ¿Cómo funciona? Uno de los partícipes es una fábrica controlada o regulada por un Estado que los deja hacer. Después existe un elemento que aparece en la década del 90: las compañías militares privadas. Tienen página en Internet, oficinas. No son legales ni ilegales porque no hay regulación al respecto, de hecho son contratadas por el Estado y han participado en todas las guerras en lo que va del siglo».
Pero, ¿a qué se debe este aumento si no hay guerras a gran escala como las del siglo XX? Según los especialistas, los factores son varios y se cruzan entre sí: conflictos limítrofes, terrorismo, insurgencia ante gobiernos opresivos –y su contrainsurgencia–, crimen organizado y narcotráfico.
Según el SIPRI, poco más de la mitad de las ventas, el 51,3%, tuvo como destino a países de la OTAN y la Unión Europea (UE), en tanto que el resto se distribuyó entre 53 naciones, siendo Estados Unidos el mayor exportador de armas con un 33% de todas las operaciones en el período 2011-2016 y con el agregado de que al menos desde 2006 mantiene su hegemonía en este comercio. En la lista le siguen Rusia y China, con el 25% y el 6% respectivamente. En solo cinco años la potencia del norte entregó armas a más de cien países –mucho más que cualquier otro exportador–, el 47% de las cuales fueron dirigidas a Oriente Medio. Sus principales compradores fueron Turquía, Emiratos Árabes y Arabia Saudita.


Thomas Scheetz es doctor en Economía por la Universidad de Texas en Austin, EE.UU. En la Argentina se desempeñó como profesor de la Escuela de Defensa Nacional (hoy Facultad de la Defensa) y como asesor de diferentes líderes políticos. Está nacionalizado y radicado en el país desde hace muchos años y es un experto en cuestiones de presupuestos de Defensa. A su juicio, el incremento del comercio mundial de armas se debe «a factores económicos, entre ellos el más importante es que el costo de las armas va aumentando de año en año entre 7% y 11%, en términos reales. ¿Por qué es eso? Porque la guerra es competitiva –enfatiza el experto–. En Defensa todo es cuestión de performance relativa, por lo tanto, si se tiene el segundo mejor caza, perdiste. Y en la guerra, como en los deportes, no conviene ser subcampeón. Entonces hay una competencia continua en el desarrollo de la tecnología militar».

Sistemas tecnológicos
De las 10 primeras empresas mundiales productoras de armamentos 8 son estadounidenses, una es italiana y la otra transeuropea. El resto de las empresas, hasta el número 25 del ranking, son de origen –además de estadounidense– francés, británico y ruso. La primera es Lockheed Martin Corp., que en 2015 alcanzaba ventas por US$36.400 millones de dólares; luego le sigue Boeing (la misma que fabrica aviones de pasajeros) con ingresos por US$27.960 y en tercer lugar la británica BAE Systems, con US$25.510 millones.


Hiroshima, 1945. La primera bomba atómica. El peligro nuclear no se ha disipado.


Clientes. Emiratos Árabes y Arabia Saudita, los mayores compradores en el último lustro. (SAHIB/AFP/DACHARY)

Daniel Blinder es politólogo, fue profesor de la antigua Escuela de Defensa Nacional y actualmente lo es de la Universidad de San Martín. Consultado por Acción explica que «cuando se habla de armas no hay que pensar solo en el fusil AK47, que se vende a montones en el mercado legal y en el negro, sino que hay que hablar de sistemas tecnológicos sofisticados que pueden ser utilizados para propósito civil o militar. La guerra se ha complejizado mucho y en ese ranking hay empresas como Boeing porque el complejo militar-industrial en general vende estas tecnologías tanto para el mercado civil como para el de armas –dice Blinder–. Este comercio aumentó porque desde el fin de la Guerra Fría, se da no solo una liberalización de los mercados, sino también una complejización de los mercados tecnológicos existentes: biotecnología, robótica, aeroespacial, telecomunicaciones, transporte aerocomercial. Las armas se han sofisticado y por lo tanto son más caras». Con él coincide Scheetz: «Antes un escuadrón de cazas eran 72 aviones, luego lo redujeron a 54, a 36, a 18, y ahora a 12. ¿Por qué? Por el costo, pero además con la tecnología actual ese poder de fuego es mayor que el de todo un escuadrón de la Segunda Guerra» y aclara que «Boeing, por ejemplo, vende mucho más comercial que sistemas de armas, aunque lo uno no quita lo otro».
Cuando se trata de comercio de armas, las cifras, en dólares, suelen ser casi irreales, difíciles de leer en números. El incremento de este comercio está directa y proporcionalmente relacionado con el GM de las grandes potencias. Nievas pone un ejemplo: «Un AK47, en África puede costar US$200, en otro lugar US$1.500. Hay precios diferenciados. Uno puede saber algunas cosas de manera puntual, pero es difícil armar el panorama general del negocio. Ese es un conocimiento que obviamente lo tienen ellos, así como cuáles son los volúmenes reales de dinero que se mueven. Nadie sabe con exactitud. En esto participan gobiernos, empresas, políticos, lobistas… Es una maraña tremenda».

Cuestión de precio
Por lo pronto, el SIPRI estimó que para 2010 el GM (que no solo implica compra de armas) de los gobiernos de todo el planeta fue de US$1,63 billones (1.630.000.000.000). En 2016, según los datos aportados por ese Instituto, esa cifra creció a casi US$1,7 billones (1.690.000.000.000), lo cual equivale a un gasto de US$225 por cada persona en el mundo. Los diez países con mayor gasto representaron casi tres cuartas partes (73%) de este total. EE.UU. lidera la lista de los que más dinero destinan al armamento con un gasto para 2016 de 611.000 millones; cerca de tres veces el GM de China que el año pasado fue de 215.000 millones. Los otros países del top 10 son Rusia, Arabia Saudita, India, Francia, Gran Bretaña, Japón, Alemania y Corea del Sur. El GM de la Argentina durante el período kirchnerista fue ascendiendo desde 2007 (4.630 millones) a 2015 (5.483 millones); en 2016, durante el primer año del gobierno de Mauricio Macri, aumentó a 6.164 millones, siempre expresado en dólares (ver recuadro).
Ante la cuestión de si EE.UU. necesita tener en funcionamiento su enorme ejército para incentivar su economía, Scheetz argumenta que no: «El uso de fuerzas armadas en EE.UU. no es para mantener su industria armamentística, mucho más importante que esa industria es el petróleo. Es verdad que EE.UU. es el principal productor de armas, y el primer consumidor también. La venta de armas siempre va acompañada por una carga política tremenda –explica el experto–. No es quizá el mejor negocio, pero no deja de ser un negocio. La droga mueve más dinero. Y lo que ahora mueve más dinero aún es el sector financiero, ahí está la ganancia. Ellos también fomentan los conflictos. Luego viene el negocio del petróleo, que no está desvinculado de la guerra, por algo atacaron Irak». Cabe preguntarse entonces si EE.UU. promueve conflictos para colocar sus productos armamentísticos. Para Blinder «es una respuesta difícil. Que la CIA ha tenido participación en la Primavera Árabe, por ejemplo, está probado, hay muchas evidencias de su rol. Lo que no está probado es que después vayan y les vendan armas».


Scheetz. «El armamento aumenta cada año entre un 7% y 11%.»


Nievas. «Hay al menos dos países con el potencial de destruir todo el planeta.»


Blinder. «Las armas se han sofisticado, por lo tanto, son más caras.»

La Oficina de Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas (UNODA) divide las armas en dos grandes grupos: las armas convencionales y las de destrucción masiva.
Se entiende por armas convencionales: armas pequeñas, sistemas de artillería, carros de combate, aeronaves de combate, vehículos blindados, helicópteros de ataque, buques de guerra, munición, artefactos explosivos improvisados, minas terrestres, bombas de racimo y uranio empobrecido.
Por ejemplo, el Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA), que regula la compraventa internacional de armas convencionales, fue firmado el 2 de abril de 2013, entró en vigor el 24 de diciembre de 2014 y dos meses más tarde, la Argentina fue el primer país en firmarlo. La primera conferencia de Desarme de los Estados Parte tuvo lugar el 31 de mayo de 2016 y ya habían firmado el acuerdo 130 países. A él hizo referencia en junio el Papa Francisco cuando advirtió: «Es una absurda contradicción hablar de paz, negociar la paz y al mismo tiempo promover o permitir el comercio de armas».
La ONG Oxfam denunció recientemente que de los 8 millones de armas que se producen cada día en el mundo, un millón de ellas es robado o «se extravía», principalmente las armas pequeñas, que resultan ser las que inciden directamente en la vida cotidiana de millones de personas en todo el mundo. Y según Las armas y el mundo, el última informe (2015) de Small Arms Survey,  –un programa académico cuyo análisis general publica periódicamente la editorial de la Universidad de Cambridge, Gran Bretaña–, se estima que existen cerca de 875 millones de armas pequeñas producidas por más de 1.000 compañías de 100 países diferentes.

Poder de destrucción
Aunque las armas convencionales pueden provocar millones de muertes, nada hay más peligroso que las armas de destrucción masiva; y entre ellas, en primer término, las nucleares. Si bien se han utilizado únicamente dos veces en una guerra –en Hiroshima y Nagasaki, en 1945– su devastador poder de destrucción ha puesto y pone al planeta y a la humanidad en riesgo de extinción, ya que el continuo avance tecnológico ha permitido que su potencia sea muchísimo mayor que hace 70 años. La ONU estima que en el mundo hay unas 22.000 armas de este tipo y que se han llevado a cabo más de 2.000 ensayos nucleares al día de hoy. Existen múltiples tratados internacionales que prohíben o al menos inhiben la proliferación de armas nucleares, pero como todos son impulsados por las grandes potencias que las fabrican, pocos de ellos se cumplen.


Fábricas. De las 10 primeras empresas 8 son estadounidenses: Lockheed Martin a la cabeza. 

Lo más preocupante es que con la tecnología actual ni siquiera es necesario enviar un avión bombardero al otro lado del mundo, basta con un misil balístico intercontinental (ICBM, en inglés) con una cabeza nuclear para destruir una ciudad entera. Aunque solo tres países (EE.UU., Rusia y China) son capaces de fabricar misiles que pueden recorrer más de 5.500 kilómetros en forma autónoma, naciones como Francia y la India están desarrollando sus propios prototipos y se presume que el impredecible gobierno de Corea del Norte también, que supuestamente ya cuenta con misiles balísticos que tienen un alcance de 12.000 kilómetros. Y por si fuera poco, recientemente EE.UU. hizo gala de «la madre de todas las bombas», MOAB, un arma no nuclear pero con el poder de 11 toneladas de TNT.
Asimismo, las armas bacteriológicas y las armas químicas –prohibidas en cualquier clase de conflicto por convenciones internacionales– resultan un gran peligro, si bien algo menor que el de las nucleares, no por ello menos determinante, pues se trata de armas de destrucción masiva (baste recordar los sufrimientos atroces que provocó el uso de diversos gases venenosos y sustancias químicas durante la Primera Guerra Mundial o los gases utilizados por los nazis en los campos de concentración). Por otro lado, sin embargo, está el ejemplo de las supuestas armas químicas de Saddam Hussein que amenazaban a Occidente (y luego se comprobó que nunca habían existido), que sirvieron de excusa a EE.UU. para invadir Irak en 2003.
Según la Guía básica de desarme, publicada por Naciones Unidas en 2013, «los estados siguen siendo los responsables principales de asegurar la seguridad, proteger a sus poblaciones y mantener el estado de derecho en tanto son los que deciden sobre las exportaciones de armas, ya sea mediante la concesión de licencias de exportación a empresas, comerciantes e intermediarios».
Pero la pregunta que surge es si son los tratados internacionales suficientes para aminorar o al menos regular este comercio. La cuestión es que lo que se acuerda, siempre está pensado desde la lógica y la conveniencia de Occidente. En ocasión del Tratado de Comercio de Armas en 2013, por ejemplo, votaron en contra Irán, Siria y Corea del Norte. Al respecto dice Nievas: «Como todo lo que hacen los organismos internacionales, es algo con buena intención y cero eficacia. Si no se tiene el poder efectivo para regular algo, no deja de ser un enunciado de buenas intenciones, donde los suscriptores ven si lo cumplen o no».
Ponerse de acuerdo a nivel global respecto a la posesión, comercio y uso de armas, especialmente las de destrucción masiva, no es una cuestión menor, algo que las grandes potencias puedan darse el lujo de patear hacia adelante, porque ante un error o una decisión intempestiva podría no haber futuro para el ser humano, ya de por sí en peligro con el armamento nuclear existente. Al día de hoy hay al menos dos países con el potencial suficiente para destruir el planeta varias veces, pero podría haber otros que no lo hayan declarado. Como apunta Nievas, «que haya dos, cinco o diez es más o menos lo mismo, cualquiera de ellos podría hacer saltar todo por los aires en el momento menos pensado».

 

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